
Public Enemies (Enemigos públicos), el último filme de Michael Mann, nos narra de una forma simple las andanzas criminales de John Dillinger, el más audaz ladrón de bancos que plagara a los Estados Unido, en la era de la Depresión.
Dillinger (encarnado por Johnny Depp) es un hombre que se rebela contra todo lo que se interponga entre él y sus anhelos inmediatos, lo que sea que el dinero robado a los bancos le alcance a comprar, es un hombre además que busca hacerse simpático con el público en general, al rehusarse a tomar dinero de los clientes de los bancos asaltados, con los hombres de la ley y de la prensa, con quienes se permite incluso las chanzas y bromas, mismas que son casi ausentes en su trato con sus secuaces, a quienes los tiene bajo su dominio.

De muchos es ya sabida la lógica conclusión de la historia, y de este enfrentamiento entre el hombre de la ley que hace de perseguidor y el forajido, que por ratos parece invencible. Aunque Mann se tomó la molestia de brindarnos una ambientación preciosa y casi inigualable de época, la peli se torna fallida cuando el director, se toma demasiadas licencias (incluidos algunos anacronismos), y en la escena en que se la debió de haber tomado, según muchos, (la famosa traición de la "dama de rojo"), él escogió apegarse a la verdad.

En líneas generales, no ha estado mal, pero se nota hacia el final que algo más le ha faltado a este film, para que uno sienta que ha sido testigo de algo importante. Y lo único que a mi me ha tenido cavilando y rumiando después de ver esta cinta, fue que atestigué la forma bastante irregular de combatir al crimen de los agentes de la ley y del FBI, recurriendo varias veces a la tortura franca y simple, aparte de otras prácticas igual de objetables.

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