Tuesday, October 30, 2007

Mi Tía Emma

El primer recuerdo que tengo de mi tía Emma, es de cuando era un niño de 4 años y mi abuelo me bajaba de su casa a la casa de mi madre, y en el camino pasamos por donde, en ese entonces, vivía mi Tía Emma, cerca a la Av. Buenos Aires. Ella le rogó a mi abuelo que me dejara con ella y mis primas, pero mi abuelo no quiso, tal vez en parte porque no sentía tener el consentimiento de mi madre para hacer eso.
Esa es la primera vez que me pude dar cuenta de que ella me quería. Así como pude atestiguar luego, en cada ocasión (generalmente en las vacaciones escolares o en fin de año) en que volvía a La Paz, en los primeros años en que eso ocurría, a pesar que llegaba casi siempre a casa de mi tía Bertha, y era allí donde “oficialmente” deberíamos quedarnos, yo no veía la hora de dirigirme a la casa de mi tía, donde siempre me sentí una persona apreciada.
Ella siempre sabía cómo hacerme sentir como si fuera alguien muy especial, al menos es lo que recuerdo, a mis hermanos también les quería, pero siempre sentí que a mi me quería un poquito más. Cuando llegaba a su casa, me recibía con alegría e inmediatamente me servía alguna delicia para mi paladar, así como la infaltable –en su casa- taza de café acompañada de una marraqueta crocante, que solía salir de una latita de galletas en las que guardaba el pan y de la que bromeando le solía decir que era una lata “mágica”, porque nunca le faltaba el pan; y la lata no era muy grande que se diga.
Aparte de la delicia y el café que me servía, a continuación solía poner a mi disposición toda la colección que tenía guardada de historietas. Estas incluían como no las revistas del Pato Donald, del Tío Rico, del Ratón Mickey, que eran las que interesaban también a mis hermanos, pero a diferencia de ellos yo me devoraba también las otras que ellos no solían leer, Joyas de la Mitología, Vidas Ilustres, Vidas Ejemplares y Epopeya. Títulos en los cuales en forma de historieta se contaban las biografías de personajes célebres, de los santos, de eventos épicos y de la mitología de diversos pueblos del mundo. Así es que gran parte de lo que ahora sé proviene en gran parte de ahí.
Volviendo al tema, lo que puedo decir de ella es que fue una persona de carácter, que se las supo apañar para sacar adelante a mi primo Renny y a sus tres hermanas. Poco o casi nada se de su infancia, lo poco que pude recolectar a fuentes no siempre confiables o a veces reluctantes a recordar esos tiempos me dijeron que tanto ella como mi padre estuvieron por un tiempo viviendo en un estado de abandono, y que ella hizo todo lo que pudo por mantenerse a ella y ayudar en lo que podía a mi padre.
Tiempo después conocería a mi tío René con quien tuvo a sus cuatro hijos, aunque lastimosamente tiempo después, él caería enfermo y moriría dejando así a mi tía con la tarea de velar por su familia.
Trabajó como modista, por mucho tiempo, y más tarde conseguiría un trabajo como asistente en un kindergarten, trabajo en el que se mantuvo hasta que se jubiló.
Ella era muy estricta, en su casa, tenía su lado amable y si uno se la ingeniaba para mantenerla así, estaba uno de maravillas, pero ay de mis primos o de mí si por algún motivo hacíamos algo que la disguste.
Con decir que era la única persona en ese entonces, capaz de hacerme comer pescado, camarones o cualquier otra cosa que por entonces no me gustara o no pudiera comer. Lo tenía que hacer calladito y sin trampas, porque si me pillaba el castigo hubiera sido mucho peor. Y no es que me haya tocado alguna vez (lo que si sucedía con sus hijas), pero su carácter hacía que le tengamos un reverente temor a su enojo.
Mientras escribo esto, me viene a la mente sin embargo un episodio que jamás olvido, era un día que me dolía una muela, no tanto como para llorar, pero sí lo bastante como para sentirme infeliz; de pronto, ella me dice que me aliste y que la acompañe a la calle, yo me quería negar, porque creía sospechar a dónde me quería llevar, pero conociéndola no tuve más remedio que obedecer, así que salimos y en lugar de acabar en el lugar al que menos quería ir, acabamos en el Teatro Municipal, y yo bastante sorprendido, entramos al mismo y luego nos pusimos a disfrutar un espectáculo de música y danza folklórica, matizada con la participación de Los Taquipayas, a quienes veía y oía por primera vez, la pasé tan bien que para cuando salimos del teatro, ni siquiera recordaba el dolor que antes me atormentaba.
Ella lastimosamente padecía de diabetes, y a pesar de tener prohibido el consumo de caramelos, como una niña traviesa guardaba los mismos por diversos lugares de su casa, así que no era nada raro toparse con ellos, en los lugares más impensados, y sus hijas si eran ellas las que lo encontraban solían decomisarle el producto.
Recuerdo, que en otra ocasión mi tía nos envía a mi prima María Belén y a mí a comprar galletas, las mismas que según averigüé después, las requería para espesar la salsa de las papas a la huancaína que estaba preparando. Pues resulta que en el camino de vuelta hicimos como el Chavo y el Quico harían años después en su show, la rutina de “no creo que note si faltan dos o cuatro galletitas”, y yo diciendo, “tampoco creo que se note si faltan seis u ocho”, y como íbamos comiendo las mentadas galletas por el camino, al parecer nos demoramos más de lo debido, así que cuando ya estamos llegando mi tía nos sale al encuentro y nos dice “Dónde están las galletas, las necesito, que no son para comer…”, y mi prima con la culpa asomada por toda la cara le responde “Si no hemos comido más que dos galletitas cada uno…”, craso error, mi prima interpretó que cuando le dijo que no eran para comer, ya ella sabía de algún modo que nos habíamos estado despachado las galletitas, cuando lo que mi tía quería decir era que necesitaba las galletas porque no eran para comer, si no para cocinar. En el momento nos aguardaba un castigo, pero ahora a la distancia, cada vez que me acuerdo del asunto una sonrisa acude a mi cara, al recordar la forma en que mi tía podía a veces sin querer hacer que cantes aquello que querías ocultar.
Hay otras ocasiones por las que recuerdo a mi tía en una mejor luz, y eran los años comprendidos entre los últimos de la década de los 80’s y los primeros de los 90’s, por ese entonces y de vez en cuando me solían atacar unas migrañas bastante feroces, que me dejaban prácticamente incapacitado, las malditas se anunciaban con una molestia visual en uno de mis ojos, al comienzo eran como las chispitas que sigues viendo después de haber visto una fuente brillante de luz, como cuando ves el sol o un foco directamente, entonces ya un temblor se apoderaba de mi porque ya sabía lo que a continuación venía, luego esas chispitas, daban paso a un punto negro que cada vez se hacía más grande y más molesto, porque no te dejaba ver bien, y ni bien se iba esa sensación y cuando parecía que tu vista ya estaba bien, no pasaban ni dos minutos, cuando ya las oleadas de dolor venían en mi cabeza justo del lado opuesto de donde tuve la molestia visual, oleadas de sudor venían a la vez que desarrollaba una intolerancia a todos los extremos, no toleraba bien ni el frío, ni el calor; ni el ruido o el silencio; me molestaba si la frazada era pesada o era liviana, y aparte el dolor se sentía en mi cabeza de una forma penetrante, y a ratos me daba la impresión de que tenía algo semejante a una pelota de golf incrustada en el cerebro haciendo presión sobre mi ojo, tanto que sentía que éste se quería salir, por lo cual siempre me sujetaba esa parte de mi cara con una mano, como si temiese que en verdad el ojo se me acabara por salir. Volviendo al tema. Fue en esos tiempos en que a veces me atacaban esos dolores en el trabajo, el cual solía abandonar, casi de inmediato para correr a la casa de mi tía que era la que más cerca me quedaba, y fue ella la única que por ese entonces supo paliar los síntomas que yo presentaba, ella me recibía y con extrema prontitud preparaba unas infusiones para que me las tomara, solía poner rodajas de papa en mi sien, y luego me arropaba, y me dejaba dormir hasta que lo peor haya pasado. Despertaba de esos eventos y me sentía como si me hubieran dado una paliza, o como si tuviera una resaca mediana. Estando ella en vida creo que nunca le di las gracias, por haberme cuidado, del modo en que lo hizo.
Otro de los recuerdos imborrables, para mi son la de su sazón de sus manos maravillosas, de los que recuerdo haber comido tantas cosas que me gustaban, haber probado por primera vez tantas exquisiteces. Irónicamente este saber suyo se fue con ella, y ganas no han faltado a sus hijas o incluso a mi de copiarle las recetas y el “know how”, pero resulta que ella era una cocinera intuitiva, o sea que nunca se detuvo a pensar que necesitaba dos tazas de harina para tal cosa, o tal cantidad de sal para esta otra, o si el tiempo de cocción de esta u otra salsa debía ser de quince o veinte minutos. No señor, resulta que ella simplemente se aprovisionaba de todo lo que necesitaba, o improvisaba con lo que tenía a mano en el peor de los casos, y los ingredientes eran todos al tanteo, según la cantidad de comensales que estuvieran a la espera de la comida, los tiempos de cocción variaban según la forma en que estuvieran o no doradas las cebollas, estuvieran o no ya suaves las papas, o si el fideo estaba al dente o no, y para cada cosilla de esas ella tenía su modus operandi, y eran cosas que sentada y hablando con uno en un momento de reposo y lejos de la cocina, ella no recordaba. Así que cualquier receta que tratabas de inmortalizar comenzaba más o menos con:
-Pones suficiente harina para cuatro personas, le aumentas la sal necesaria, y mezclas con la leche y el agua…
-Un momento tía, y ¿cuánto de sal, y cuánto de leche es…?
-Ves, para eso tendría que estar haciendo los buñuelos ahorita…
Y así es como los intentos de inmortalizar sus recetas murieron casi de entrada.
Hay una Navidad en particular que recuerdo, que fue en la última casa alquilada de mi primo antes de que se fuera a vivir a la casa de su propiedad en la que la pasamos, mi primo Renny junto a su esposa Angélica, mi abuelo Miguel con mi tío Walter y yo por supuesto, ella cocinó una picana tan deliciosa y picante, que todos acabaron chupándose los dedos, y para sorpresa mía (y a pesar de que la porción que comimos era pantagruélica), todavía nos convidó con una segunda tanda del mismo plato, y juro solemnemente que nunca más he vuelto a probar una picana tan deliciosa como esa, ni espero volverla a probar en lo que me resta de vida.
Lastimosamente su salud aquejada ya de diabetes, se fue complicando con una artritis bastante dolorosa que en el tiempo final de su vida, la confinó a estar en cama casi todo el tiempo. Yo personalmente creo, que eso fue lo que más aceleró su muerte, verán, mi tía no era de esas personas que se pueden estar tranquilas sin hacer nada, creo que para una persona que toda su vida transcurrió trabajando, el estar inactiva era lo que más aborrecía, recuerdo también que solía ir al trabajo, a pesar de estar padeciendo la artritis, y de tomarle bastantes incomodidades el subir y bajar de los vehículos tanto para ir a su trabajo como para volver del mismo, pero lo hacía, según yo, porque así se sentía todavía viva y útil, hasta que inevitablemente llegó un día en que ya no pudo hacerlo.
Ya son casi dos décadas de su ausencia física, pero su memoria y mis recuerdos de ella siguen en mí tan frescos como en esos días en que yo llegaba de Oruro, y era recibido con tanto cariño por mi tía Emma.






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