Friday, August 03, 2007

El Gran Rex, una sala de cine muy querida


Cuando era niño, comenzó mi pasión por el cine, primero me llevaban a él y casi en cuanto pude andar, ya hacía todo por estar dentro de una sala de cine. Recuerdo la primera película película que ví solo, era una producción rusa, que acá la titularon "Una niña busca a su padre", y trataba de la odisea de una pequeña niña buscando a su padre en los campos de batalla, a donde se habían llevado a su padre. Fue mi primera experiencia además con la devastación que deja la guerra en el campo, las ciudades y peor, en las personas. Lo curioso es que no recuerdo el final y si la niña consiguió o no encontrar a su padre.
Disfrutaba cada vez que iba a ver películas al cine, y mis padres, fanáticos ambos, nos permitían a mi y a mis hermanos ir tan seguido como pudiéramos, en especial a las matinales de los domingos, a las que asistíamos de una manera regular. Fui testigo de las "olas" de producciones, un tiempo estaban de moda las de vaqueros, otro las mexicanas, y se vino la ola de spaghetti western con las producciones españolas e italianas, y es en estas últimas donde Clint Eastwood que veía morir su carrera en los EEUU, saldría finalmente a la fama internacional. Luego se vinieron las de luchadores mexicanos, con Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez y muchos otros más, luego las de monstruos gigantes japoneses, donde Godzilla hizo su aparición y pasaría a formar parte de la cultura pop. Cuando todo parecía estancarse, hicieron su aparición una sarta de películas hindús que nos hicieron reír, llorar y emocionarnos, para luego dar paso a la ola de películas chinas de artes marciales, género que alcanzaría recientemente con Ang Lee, el reconocimiento de la crítica especializada.
Así el romance con el cine, sus estrellas y todo lo relacionado, me doy cuenta hoy, que también andando el tiempo había formado un vínculo con las salas de cine donde iba a ver las cintas. Tanto es así que puedo acordarme de cada sala que he visitado en mi vida, y acordarme, si no de varias, por lo menos de una cinta que haya visto en determinada sala. Me acuerdo del olor caracterísco de la mayoría de los baños de éstas, ya que antes usaban un desinfectante barato llamado Creso, que tal vez para otros era un olor desagradable, pero para mi ese olor era la gloria, porque significaba que ya estaba en el cine o a al menos a punto de entrar.
En los buenos tiempos, en La Paz (y luego en Oruro) habiá un montón de salas de dónde escoger la cinta que uno quería ver, estaban los cines clase A, que eran los de estreno, los de clase B, que repetían los filmes que las salas de estreno ya habían dejado pasar, obviamente a un precio más módicos, además de acuerdo a la incomodidad de la sala. y los cines de clase C, o los de barrio, que pasaban funciones dobles a un precio aún más reducido, donde por lo menos las familias numerosas podían asistir, sin que ésto les signifique una sangría económica.
Cada sala ha dejado una huella en mi; en cada una he tenido un lugar favorito para sentarme (y aún lo tengo, en las pocas salas a las que asisto), siempre me asalta el recuerdo de alguna otra película que ví antes en la misma sala, o por el contrario el recuerdo de otra sala viene a mi memoria cuando vuelvo a ver determinada película.
En fin, me alcanzó la fatalidad que el destino le tenía preparada al protagonista de Cinema Paradiso, cuando este es testigo del cierre del cine de su pueblo, pero alcanza a ver en dicha sala una última exhibición hecha con los retazos censurados películas que su amigo el proyeccionista le había guardado. La mayoría de los cortes eran de besos cinemáticos y de algunas escenas "impúdicas" que el cura del pueblo erigido en censor, le había obligado a cortar. Veía todo eso recordando su infancia y juventud y su pasión por el cine.
Por eso recuerdo esa escena en particular, cada vez que se cierra un cine, porque mi corazón llora por cada baja que sufre el séptimo arte, y muy en especial por todas las salas, que alguna vez me acogieron. El cine Murillo, el primero de mi vida, el cine Universo, el primero al que me llevó mi mamá, el cine Tesla, en el que un conocido de mamá me dejaba entrar las veces que quisiera, el cine Scala, el cine Ebro a donde tantas veces me llevara mi padre, el cine Variedades en el que pude ver películas que por diferentes motivos no habría podido ver en otros, el cine Imperio de Oruro, donde tantas y tantas veces asistí a ver películas y a veces quedarme a verlas desde la tarde hasta la medianoche gracias al horario continuo de la sala, el cine Elisa el único en el que estuve presente durante su primera exhibición.
Y así siguió el tiempo su marcha, en La Paz, fueron muriendo poco a poco todos los cines y ahora solo quedan dos de estreno, en Oruro sobrevive a duras penas el Palais Concert, un exquisito teatro algo chico, pero que tiene un interior precioso, con al aspecto clásico de las salas de cine de antes. Pero lo que no esperaba ver en mi última visita a Oruro (hace ya dos años) fue ver el estado en que había quedado el Gran Rex, el cine donde tantas películas había visto, el único en el que pude estar en la sala de proyección y ver una película desde allá, en fin, el mejor cine de Oruro, había cerrado sus puertas, y según me dijeron luego, sólo se usaba como teatro para espectáculos musicales o teatrales de vez en cuando. Hubiera querido tener una foto de este cine en sus mejores tiempo, la brillantez de ese anuncio de neón era algo mágico para mí era la promesa de que iba a pasar un buen rato, comiendo papas fritas o tostado, y admirando historias en una forma en que ningún otro medio las puede lograr. Al Gran Rex y a las demás salas que ya no están, sólo me resta decirles, ¡Gracias por tantos buenos momentos!






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